Noviembre: beato Miguel Peiró
Entre los centenares de mártires reconocidos de la época de la persecución religiosa que tuvo lugar en España durante los años 1934 a 1937 destaca el ejemplo luminoso del beato Miguel Peiró Victori, esposo y padre de familia.
Nació el futuro mártir, que en 2007 sería beatificado en Roma junto a otros 497 mártires, el 7 de febrero de 1887 en Aiguafreda, perteneciente a la catalana diócesis de Vic en la provincia de Barcelona. Fue bautizado al día siguiente con los nombres de Miguel Mariano Ricardo. El fallecimiento de su padre le sorprendió con apenas 7 años de vida, situación que supuso su ingreso en el colegio de huérfanos de Sant Julià de Vilatorta (Barcelona), regentado por los Padres de la Sagrada Familia. Mudó nuevamente su residencia asentándose con su madre en Roda de Ter, otro pequeño municipio en la provincia; allí estaba también su tía Dominga Victori, primera secretaria general de las dominicas de la Anunciata. Comenzó a trabajar en la fábrica de tejidos “Tecla Sala”, aunque interrumpió su actividad laboral para prestar el servicio militar en Cartagena y el Norte de África. A su regreso en 1913, la propietaria de la fábrica le nombró para un puesto de responsabilidad dentro de la compañía al ver su honradez y laboriosidad, y fue trasladado a otra fábrica que recientemente había abierto la compañía en Hospitalet de Llobregat.
El 30 de enero de 1915 contrajo matrimonio con Francisca Ribes Roger; precisamente, ella era originaria de Roda de Ter. Entre sus hijos (al menos dos) se encontraba José, que ingresaría en la orden dominica, y que sería también asesinado en 1938. La familia, cuyo centro era la fe, la celebración asidua de la liturgia y la oración en común, residía en Hospitalet de Llobregat. no disponemos de muchos datos históricos acerca de la vida familiar, pero sabemos que como laico comprometido vivió su matrimonio y paternidad en el contexto del compromiso social, hasta el extremo de ofrecer su vida con plena consciencia. Sus subordinados dan fe de su sacrificio, y recuerdan su afición al fútbol.
Miguel había ingresado en la orden seglar dominicana, colaborando en un círculo de obreros católicos vinculado a esta orden: la Academia de Jesús Obrero. Su vinculación con la orden sin duda estuvo muy condicionada por el hábito dominico que portaba su hermano Ramón.
Precisamente en busca del fraile se trasladó el 24 de julio de 1936 a Barcelona, puesto que no habían tenido noticias suyas. Ese día, al entrar en la capital de la región, descubrió incendios, saqueos en casas rectorales, ocupación de residencias religiosas e iglesias profanadas. Ramón Peiró, O.P., sería de hecho asesinado dos días después de su detención, al no negar su condición de sacerdote tras el desalojo de su convento. Había enviado a su madre una nota declarando que se sentía contento y preparado para el martirio; tenía 45 años cuando esto sucedió.
Volviendo a la fatídica noche de verano de 1936, Miguel regresó al hogar familiar de Hospitalet de Llobregat con el corazón compungido por lo visto. Esa misma noche, tras el rezo familiar del rosario, dos milicianos armados lo apresaron en su propia casa; eran alrededor de las once de la noche. Ya habían registrado la morada el 21 y 23 de julio buscando también a su hijo, fray José, profeso estudiante dominico que se había trasladado desde Valencia y que no se encontraba en casa en ese momento, pero que sería también martirizado al año siguiente. Miguel acompañó a los milicianos, que le instaban a declarar, aunque, consciente de lo que iba a suceder se despidió de su esposa con las palabras: “¡Hasta el cielo!”. Poco después, le dispararon en plena calle, abandonando allí su cuerpo. Tenía 49 años en el momento de su muerte.
A la mañana siguiente, agentes de la Cruz Roja recogieron los cuerpos y los trasladaron al depósito del cementerio municipal. Su esposa pudo verlo. El 27 de julio fue enterrado con discreción; su esposa había exigido que sobre el ataúd se dispusiese un crucifijo. Precisamente su mujer Francisca continuó trabajando en la fábrica, donde sin embargo fue explotada; además, hubo de enfrentarse a la hostilidad de los vecinos al no ocultar su fe. Habiendo perdido a su marido, su hijo y su cuñado, tuvo que trasladarse a Sant Pere de Torelló, sin por ello renegar; solía repetir: “Somos católicos, y Cristo nos enseñó a perdonar”. Según se recoge, una compañera de trabajo afirmó que habría merecido ser beatificada junto con su esposo.
El proceso de reconocimiento del martirio de Miguel Peiró consignó que fue asesinado in odium fidei (por odio a la fe), lo cual conllevó su beatificación bajo el papado de Benedicto XVI el 28 de octubre de 2007 en Roma; la fecha litúrgica de recuerdo de su memoria se señala el 6 de noviembre.