Junio: beata Ana Maria Taigi
Anna-Maria Gesualda Antonia Giannetti, nombre completo de la beata italiana y patrona de madres y esposas (especialmente aquellas que sufren por causa de sus maridos), nació el 23 de mayo de 1769 en Siena (Italia), en una familia de boticarios que había caído en desgracia. Sus padres, Luigi Giannetti y Maria Masi, tras la crisis económica de la familia se mudaron a Roma a fin de encontrar una vida mejor. Así, la pequeña Ana Maria creció en la capital italiana, donde recibió una educación básica en la escuela de las religiosas filipinas que al poco tiempo cerró por causa de la epidemia de viruela. Desde muy joven, fue introducida en la vida laboral para ayudar a sostener el hogar: trabajó primero como sirvienta y luego como ayudante en un taller de costura, lo que le permitió desarrollar una vida responsable y laboriosa.
El 7 de enero de 1789, a la edad de veinte años, contrajo matrimonio con Domenico Taigi, un servidor del palacio Chigi. Tenía él 28 años y era un muchacho trabajador y serio, pero con un carácter muy fuerte y un temperamento colérico que requirieron de una gran paciencia por parte de su esposa. El matrimonio no estuvo exento de tensiones y pruebas, pero Ana Maria aceptó desde el comienzo su vocación conyugal como un camino de entrega y servicio. En el hogar, la sienesa se convirtió en el corazón de la familia: tuvieron siete hijos, de los cuales tres murieron a edad temprana, mientras que los demás sobrevivieron y fueron educados en la fe por su madre, que se ocupaba de la casa y el sostenimiento espiritual del hogar. Su papel como esposa y madre fue siempre inseparable de su vida espiritual, que maduró en medio de las responsabilidades cotidianas.
En sus primeros años de casada, Ana María llevaba una vida cristiana convencional, pero sin especial fervor. Su conversión profunda ocurrió en torno a 1790, tras un encuentro providencial en San Pedro del Vaticano con un sacerdote que le abrió el camino hacia una vida espiritual más profunda. Desde entonces, experimentó una transformación radical. Empezó a vivir con un profundo espíritu de oración, penitencia y caridad, sin dejar de atender con esmero su vocación familiar. Su hogar se convirtió en centro de oración, consejo y ayuda para pobres, enfermos y sacerdotes, a quienes recibía discretamente sin descuidar sus deberes domésticos. A su marido Domenico se atribuye esta aseveración sobre ella: “Habla de Dios sin ser fastidiosa como lo son muchos devotos”.
El 26 de diciembre de 1802 fue admitida en la iglesia romana de San Carlo alle Quattro Fontane como terciaria en la Orden de la Santísima Trinidad, conocida como los trinitarios, cuyo carisma de redención influyó profundamente en su espiritualidad. A través de este vínculo, Ana María vivió una vida laical consagrada al servicio de los demás, manteniéndose siempre en su condición de madre y esposa. En esta etapa, comenzaron a manifestarse fenómenos místicos extraordinarios en su vida. De hecho, durante más de cuarenta años, tuvo visiones en un misterioso “sol místico” que aparecía en estado de éxtasis y donde, según consta en las actas de su proceso, se le revelaban acontecimientos pasados, presentes y futuros, tanto de la Iglesia como del mundo. Ella, sin embargo, nunca buscó protagonismo ni popularidad: conservó su humildad, continuó con sus labores ordinarias, y solo compartía sus experiencias con sus directores espirituales.
Cardenales, religiosos y laicos de los más diversos orígenes y ocupaciones acudieron a Ana María Taigi para pedir orientación y luz en momentos difíciles. Profetizó el ascenso y caída de Napoleón en una época muy compleja para la Iglesia. Asimismo, fue consultada por obispos y familias nobles de Roma, quienes admiraban su sabiduría y discreción. A pesar de la atención que despertaba, su vida permaneció en el anonimato de su hogar, donde alternaba visiones con la preparación de alimentos, la limpieza del hogar y la atención de sus hijos. En medio de cualquier tarea, era sorprendida por estos fenómenos, al punto que se dice que con sencillez y confianza en ocasiones le decía al Señor: “Tengo cosas que hacer, soy madre de familia”. Y es que nunca abandonó sus tareas domésticas ni relegó su vocación materna a un segundo plano; al contrario, las integró con naturalidad a su vida mística, lo que hizo de ella un modelo de santidad laica profundamente encarnada en la realidad familiar.
En 1835, su salud comenzó a deteriorarse progresivamente. tras varios meses de fuertes padecimientos, falleció el 9 de junio de 1837 en Roma, a la edad de 68 años, rodeada de sus familiares. Aunque fue sepultada en San Carlo alle Quattro Fontane, tras su beatificación en 1920 sus restos fueron trasladados a la iglesia de San Crisógono, también regida por los trinitarios, en el barrio romano de Trastévere. Su cuerpo se conserva en una urna de cristal.
Ana Maria Taigi es hoy reconocida como una de las grandes figuras del laicado cristiano. Su vida muestra cómo la santidad puede desarrollarse plenamente en medio de las realidades ordinarias del matrimonio, el trabajo y la familia, y es testimonio de la posibilidad de vivir de forma heroica las virtudes en el corazón del hogar, como un ejemplo actual para esposas, madres y laicas comprometidas con vivir la fe en coherencia, humildad y caridad.