La barca del matrimonio
Al igual que un día Jesús dijo a Pedro: “Rema mar adentro y echad las redes para la pesca” (Lc 5, 4), hoy me atrevo a decir a todos los matrimonios: “Familias, remad mar adentro y echad las redes para la pesca”.
Ahondemos en esta metáfora de la barca y desentrañemos lo que hay detrás.
I. Preparar todo antes de la travesía
Timón: la voluntad de Dios.
Remos: las virtudes humanas y cristianas. Remos firmes, estables, resistentes...si no, se romperán con las olas del mundo o se estropearán con la sal del ambiente humedecido.
Redes: de la militancia y ansia de conquista. Libres de algas malignas, bien cosidas.
Velas limpias, sin agujeros: espíritu de oración y unión con Dios.
Brújula: conciencia recta que marque la orientación correcta en la travesía.
Luces de orientación bien instaladas y no con fallos de desidia, flojera, descuido.
Proa: el estandarte de la cruz.
Popa: la Virgen.
II. Durante la travesía
No olvidar el puerto: llegar a Dios, ser santo.
Soltar amarras: excusas, cansancios, comodidad, miedos, egoísmo, soberbia, dudas, desconfianza. No podemos quedarnos en la orilla toda la vida. Los grandes peces están adentro en alta mar. Las amarras nos detienen y nos impiden navegar.
Ir cantando y unidos a los demás en caridad.
No hacer caso a las sirenas que nos invitan a desviarnos de la ruta que nos lleva a Dios.
Reponer fuerzas, coser redes, en el astillero, con los sacramentos.
No temer los vientos. Ni los monzónicos de la comodidad y pereza. Ni los glaciares de la soberbia y racionalismo. Ni los alisios de la mediocridad.
Desplegar velas. Dejarme llevar por el viento del Espíritu Santo, poniendo todos mis talentos y cualidades al servicio del Reino de Cristo.
Echar las redes con todo el arte y con la confianza en el Señor. ¡Qué redada de peces! Metodología apostólica: persona a persona, de vértice a base, vida de equipo, eficacia.
III. Después de la travesía
Llegarán felices y contentos a buen puerto, al puerto de la salvación. Y allí les saldrá Dios para darles el premio de su fidelidad. Sentirán su conciencia en paz y tranquila, porque fueron constantes y perseverantes en la travesía, sorteando todo especie de escollos, sirenas y piratas.
Sus hijos estarán orgullosos de haber tenido unos papás que les enseñaron a remar en la vida, para no dejarse atemorizar por los vientos ni obstáculos. Y ellos harán lo mismo cuando formen una nueva familia. Tendrán el recuerdo de sus padres y su ejemplo les servirá de incentivo y de ejemplo.
Mereció la pena la travesía matrimonial, con Dios en la barca y con el amor como motor.
¡Que Dios les premie su fidelidad!
Reproducido con permiso del autor desde: http://www.autorescatolicos.org/misc02/antoniorivero108.pdf