Julio: santos Áquila y Priscila

El 8 de julio celebramos la memoria de un matrimonio santo de los primeros tiempos de la Iglesia. Esposos e íntimos colaboradores de san Pablo, Áquila y Priscila impulsaron activamente la evangelización abrazando la fe aun a riesgo de sus propias vidas.

Tenemos pocos datos de ellos, pero sabemos por las epístolas paulinas que el apóstol de los gentiles los tenía en muy alta estima, considerándolos amigos y cooperadores en su empeño misionero. De Áquila sabemos que era judío nacido en la diáspora, concretamente en el Ponto (norte de Anatolia, hoy Turquía) y que, habiendo emigrado a Roma, se enamora de la joven romana Priscila, a quien también llamaban Prisca, con la cual se desposará. Según una antigua tradición, que recogen fuentes pictóricas, la muchacha habría estado emparentada con el senador Gaio Mario Pudente Corneliano, que solía hospedar a san pedro en su casa del Viminale (Roma).

El matrimonio establece en la ciudad un comercio de telas para cortinas y tiendas, y juntos se convierten al cristianismo. El decreto del emperador Claudio del año 49, según el cual se expulsaría a todos los judíos de la urbe, les coloca en una situación de peligro, por lo que Áquila y Priscila se mudan a Corinto, en el cosmopolita Peloponeso. Es precisamente allí donde conocen a Pablo, a quien acogen en su casa, y a quien proporcionan trabajo como comerciante de telas a fin de no resultar una carga para nadie:

Pues recordáis, hermanos, nuestros trabajos y fatigas. Trabajando día y noche, para no ser gravosos a ninguno de vosotros, os proclamamos el Evangelio de Dios.

(1 Tesalonicenses 2, 9)

Áquila y Priscila acompañarán a Pablo a Acaya, en su misión de predicar la Buena Noticia, e incluso viajarán con él hasta Éfeso cuando el apóstol regresa a Siria. Hermanos y amigos en la fe, se encontrarán nuevamente en Anatolia, donde Pablo permaneció dos años impulsando el nacimiento de una iglesia local. El matrimonio colaborará con él en la formación de los catecúmenos, a quienes iniciaban en la fe invitándolos a su casa; es el caso del joven alejandrino Apolo, que recibió de ellos no solo la catequesis, sino sobre todo el testimonio de amor conyugal y entrega entre sí y a la evangelización. Su hogar se convirtió en el punto de encuentro para la comunidad cristiana de los efesios, que se reunían para alabar al Señor, compartir la escucha de la Palabra y celebrar la Eucaristía.

Aparecen en la Escritura en varias ocasiones:

Os envían muchos saludos Aquila y Prisca en el Señor, junto con la Iglesia que se reúne en su casa (1 Cor 16, 19)

Su fuerte amistad hace que Pablo se acuerde a menudo de ellos y busque los medios para hacerles llegar su cariño:

Saluda a Prisca y Aquila y a la familia de Onesíforo (2 Tim 4, 19)

Además, en su carta a los romanos admite su gratitud hacia el matrimonio, a quienes reconoce el haber arriesgado su propia vida:

Saludad a Prisca y Aquila, colaboradores míos en Cristo Jesús. Ellos expusieron sus cabezas para salvarme. Y no soy solo en agradecérselo, sino también todas las Iglesias de la gentilidad; saludad también a la Iglesia que se reúne en su casa (Rom 16, 3-5a)

Revocada la orden contra los judíos en Roma, el matrimonio regresa a la Ciudad Eterna, atentos al impulso misionero y en la alegre sencillez de la vida cotidiana.

No conocemos cómo murieron, si bien según algunas tradiciones identifican a Priscila con la mártir Prisca, la primera mujer cristiana decapitada por su condición de cristiana, cuya memoria se veneraba en la iglesia que lleva su nombre en el Aventino. Según recoge el Vatican News, otros identifican a Priscila como la propietaria de las catacumbas de la Via Salaria de Roma, a las cuales se vinculó gens Acilia, que según algunos estudiosos remitiría a Áquila. Lo que sí sabemos es que su testimonio de amor conyugal y su espíritu misionero han permanecido a lo largo de los siglos como brillante ejemplo de matrimonio santo.

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