Abril: santa Gianna Beretta Molla

A la luz la Resurrección de Jesús, en este mes se nos invita a redescubrir el don y el misterio de la vocación universal a la santidad, que resplandece en la figura de una excepcional esposa de familia, madre y profesional de nuestro tiempo: santa Gianna Beretta Molla.

Nacida en el pueblo milanés de Magenta un 4 de octubre de 1922, nuestra santa es bautizada como Giovanna Francesca en honor a Francisco de Asís. Sus padres, que tuvieron un total de 13 hijos de los cuales Gianna fue la décima, eran además terciarios franciscanos. Su padre, empleado en una fábrica textil, realizaba enormes sacrificios para que sus hijos pudiesen estudiar; junto con su esposa, tenían una profunda fe, acudían juntos a la Santa Misa y se volcaban en la educación humana y cristiana de sus retoños, haciéndoles disfrutar la vida como un don maravilloso de Dios e inculcándoles la confianza sin límites en su Providencia. Aunque cinco de sus hijos murieron a edad temprana, varios de ellos a causa de la gripe española, tres de estos hermanos de Gianna se consagraron a Dios: Enrico, capuchino y médico en la misión de Grajaú (Brasil); Guiseppe, ingeniero y sacerdote en Bérgamo, y Virginia, también médico y religiosa canossiana enviada como misionera a la India.

Educada en la sensibilidad hacia los pobres y con una profunda vida de oración, Gianna acudía cada mañana a la Santa Misa. Durante su juventud, la futura santa maduró profundamente en su vida de fe mediante los Ejercicios Espirituales, su colaboración activa en Acción Católica y el amor a Dios y a su familia. El año en que terminaba sus estudios secundarios, Gianna perdió a ambos padres en el lapso de 4 meses.

Atravesando este sufrimiento, regresó con sus hermanos a Magenta, a la casa donde había nacido, y comenzó sus estudios en la Facultad de Medicina y Cirugía de Milán, formación que terminará en Pavía en 1949. Durante su etapa universitaria se mostró como una joven de gran fortaleza, profunda devoción y generoso espíritu de servicio, que canalizó a través de la educación de niños y jóvenes en el Oratorio de las Madres Canosianas y con un fecundo apostolado entre las jóvenes de la Acción Católica, dedicando su tiempo libre a obras de caridad con ancianos y necesitados. Una compañera de Gianna dice de ella que: “regalaba su sonrisa sincera, llena de dulzura y de calma, reflejo de su alegría serena y profunda, propia de un alma que tiene paz".

En 1950 Gianna abre un consultorio médico en Mesero, y atiende también en Magenta. Dos años después se especializa en Pediatría, con el impulso de auxiliar a las madres gestantes, los niños y los más necesitados. Sus dos grandes pasiones en ese momento era la contemplación de la belleza de la Creación (alpinismo, esquí) y del arte, y su generoso compromiso en el apostolado. Mientras tanto, rezaba pacientemente por la realización de su vocación que, si bien en un principio se planteó que pudiese ser la entrega en la misión junto a su hermano en Grajaú, fue algo desaconsejado por su director espiritual.

Gianna y Pietro el día de su boda, el 24 de septiembre de 1955 en Magenta.

En 1854 conoce en Mesero al ingeniero Pietro Molla en la primera Misa de un sacerdote recién ordenado. Ambos se enamorarán, viendo en el otro un corazón enamorado de Cristo. Su noviazgo fue un período de gran alegría para ambos, con un intercambio de preciosas cartas llenas de cariño donde manifiestan su amor mutuo y su deseo de formar una familia cristiana. Gianna y Pietro se prepararán con ilusión y fe para recibir el sacramento del matrimonio, que los unirá en septiembre de 1955 en la Basílica de San Martino de Magenta. Gianna tenía casi 33 años, y Pietro, diez más.

El matrimonio fija su residencia en Ponte Nuovo, donde Gianna será responsable del Consultorio de Madres en la Obra Nacional de la Maternidad y la Infancia. Muy pronto concebirá su primer hijo, y se convertirá en madre de una preciosa familia numerosa, armonizando con tanto sacrificio como alegre sencillez sus deberes de esposa, madre y médico. Confortada diariamente con la celebración de la Eucaristía, vivió unos años de alegre plenitud a medida que la familia crecía.

En septiembre de 1961, en el primer trimestre de su cuarto embarazo, le diagnostican a Gianna un fibroma en el útero. Ante el riesgo que suponía la cirugía para extirpar este tumor benigno y confiada en la Divina Providencia, eligió la vida a pesar del sufrimiento de los meses siguientes. Días antes del parto pidió encarecidamente a su marido y a los médicos: “Si tuvieseis que elegir entre el niño y yo, ninguna duda: elegid -y lo exijo- al niño. Salvad al niño”. A pesar del gran sufrimiento que esto supuso para su marido, ambos vieron en conciencia y con una gran fe en la Providencia su papel de instrumentos para la vida de esta nueva criatura. En la mañana del Sábado Santo de 1962 nació por cesárea la pequeña Gianna Emmanuela, y comenzó el calvario de su madre por la peritonitis séptica que le había provocado atroces dolores y fiebre.

Gianna no rechazó el dolor, sino que vivió una agonía profundamente unida a Jesús en el Calvario. Los familiares que la acompañaban fueron testigos de las jaculatorias, súplicas y oraciones que salían constantemente de sus labios entre los padecimientos. Esta madre valiente, confiada en los amorosos designios del Padre, murió apenas una semana después, al alba del sábado 28 de abril en su casa, diciendo «Jesús, te amo». Tenía 39 años.

Sepultada en Mesero, su ejemplo de vida se difundió rápidamente como un ejemplo heroico de defensa de la vida, de fidelidad al compromiso matrimonial y como testimonio de sacrificio hasta el final a imitación de Jesús, que "sabiendo que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1).

Fue canonizada en 2004 por san Juan Pablo II, que en la homilía expresó su deseo de “que nuestra época redescubra, a través del ejemplo de Gianna Beretta Molla, la belleza pura, casta y fecunda del amor conyugal, vivido como respuesta a la llamada divina”

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