Mayo: venerables Sergio Bernardini y Domenica Bedonni
Una aventura extraordinaria y a la vez sencillamente cotidiana. Es la vida del matrimonio de Sergio Bernardini y Domeni Bedonni, un magnífico ejemplo de estos “santos de la puerta de al lado” de los que habla el Papa Francisco en su encíclica Gaudete et exsultate. Declarados venerables en 2015, desarrollaron su vocación de un modo admirable como esposos y padres de una gran familia de 10 hijos, la mayoría de los cuales se consagraron a Dios: 5 hijas como religiosas paulinas, 1 como ursulina y 2 de sus hijos varones como frailes capuchinos, uno de los cuales, Germano, llegó a ser arzobispo de Esmirna (Turquía).
Pero antes de iniciar su camino matrimonial, Dios dispuso para ellos vidas poco fáciles. Sergio Bernardini nació en el seno de una familia católica en Sassoguidano (Italia) el 20 de mayo de 1882. Su educación básica, como era propio en los pequeños pueblos de montaña, fue pareja a la formación religiosa, pues recibía ambas del párroco que, a modo de maestro, enseñaba a los niños. Sin embargo, desde los ocho años, su dedicación principal fue ayudar en la gestión del molino que tenía la familia, un trabajo tras el cual diariamente se recogían en oración. Sus padres le enseñaron a santificar el domingo, recorriendo juntos a pie los tres kilómetros cuesta arriba que debían transitar para llegar a la iglesia, donde celebraban la Misa y permanecían para rezar el Rosario, recibir la bendición y ser instruidos.
A los 25 años, Sergio contrae matrimonio con la joven Emilia Romani. Con la alegría del nacimiento de su primer hijo, Mario, viene la primera de varias pruebas: el fallecimiento del bebé con apenas 16 días de vida. En los siguientes cuatro años, Sergio vivirá una serie de grandes tribulaciones: la muerte de su padre Giulio, de su madre Cunegunda, de su hermano Héctor y de su segundo hijo, Medardo, a la edad de 2 años. Su esposa da a luz a una niña, Gina, pero fallece poco después. Con un dolor dilacerante, Sergio permanece con su hija apoyándose en las palabras del libro de Job: «El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor» (Job 1,21). La prueba de fe se recrudece cuando, ya habiendo enviudado, asiste a la muerte de la niña tras una infección de oído de la pequeña. Orará por esta primera familia suya durante toda su vida.
Absolutamente solo y con un dolor insoportable, vive un verdadero calvario en forma de duelo, agravado por las deudas de las enfermedades de su familia y los 7 funerales. Desempeñándose como albañil y habiendo alquilado el molino familiar para poder hacer frente a la deuda acumulada, solo le consuelan las palabras de su párroco: «Oh hombre, ¿quién eres tú para pedir cuentas a Dios?» (Rom 9,20). Decidido a salir adelante, Sergio se embarca como emigrante a América. Es septiembre de 1912. Llega así a Chicago y comienza a trabajar en una mina, ya que era muy habilidoso y con gran inteligencia práctica que le capacitaba para desarrollar con facilidad diferentes profesiones; poco después un accidente laboral le obliga a pasar tres meses en el hospital. Nuevamente su paciencia se pone a prueba, y él responde de manera virtuosa encomendándose a Dios y orando sin desfallecer. En 1913 regresa a Módena: «América no era para mí. Temía perder mi fe». Retoma el trabajo en el molino y presenta al Señor su deseo de formar nuevamente una familia.
Es entonces cuando conoce a Domenica Bedonni, que había nacido en Verica (Italia) el 12 de abril de 1889 en una familia de pequeños propietarios muy honestos y con gran devoción, de los que recibió una gran educación humana y espiritual. Domenica era una joven alegre y extrovertida, que irradiaba optimismo. Sin embargo, había conocido de cerca el dolor: a los 20 años, se había prometido con un muchacho que, a los pocos meses, falleció tras un difícil periodo de enfermedad. Inmersa en la tristeza de la pérdida, confió sin embargo en Dios, recuperando la esperanza. No pasó mucho tiempo hasta que conoció a Sergio, del que dijo, según recoge mons. Romeo Panciroli:
Sí, era viudo... pero enseguida me pareció muy buena persona. La gente hablaba muy bien de él y se notaba que había sufrido mucho. Tenía una mirada de gran bondad y serenidad, llena de fe. Inmediatamente tuve un sentimiento de admiración y veneración por él, porque sabía llevar sus sufrimientos con tanta dignidad. Inmediatamente oré y decidí: Sí, Señor, si es tu voluntad. Entonces dame muchos hijos y, si te place, conságralos a Ti.
Aun con sus diferencias de carácter, Sergio y Domenica descubrieron en su profunda y madura fe una ilusión común por formar una familia que, abierta a la vida, pudiese hacer el mayor bien posible en el mundo. Su unión de corazón y mente forjó un bello compromiso que les llevó a unirse en matrimonio el 20 de mayo de 1914. Se establecerán en Barberino, en una pequeña granja entregada a la novia como dote.
Fueron bendecidos con muchos niños, acogidos uno tras otro como un precioso regalo de Dios. En 13 años engendraron un total de 10 hijos: Igina, Agata, Mª Amalia, Raffaella, Augusta, Maria, Paola, Teresa Mª, Sebastiano y Giuseppe Germano, que llegaría a ser consagrado obispo en Turquía.
Sergio y Domenica con sus 10 hijos: 6 religiosas, 2 frailes y 2 casadas.
Desde la consciencia de su condición de familia humilde, no faltaron las preocupaciones, pero siempre se consolaban mutuamente; así lo recoge su propia hija Augusta:
Mamá solía decir que cuando estaba preocupada por un nuevo embarazo, papá la calmaba: “No te preocupes, si el Señor envía otro hijo, su Providencia nos ayudará”.
Domenica con Felix Abe Job, a quien acogieron como un verdadero hijo.
Efectivamente, nunca dejaron de saborear la generosidad de Dios, que gracias a la caridad que rebosaban desbordaba en forma de casa abierta para escuchar a los vecinos, ofrecer un plato caliente a los necesitados y consolar a los necesitados. Tanto fue así que en 1963 ofrecieron parte de su modesta renta de vida para “adoptar” a un seminarista nigeriano pagándole los estudios en Roma. Este muchacho, Felix Abe Job, sería ordenado tres años después y en 1971 sería consagrado obispo de Ibadan (Nigeria) y más tarde llegaría a ser presidente de la Conferencia Episcopal del país africano.
Como verdadera Iglesia doméstica, el hogar de los Bernardini tenía como centro la fe: el día comenzaba orando, se detenía a mediodía con el rezo del Ángelus y remataba con la oración del Rosario por la noche. La alegría era especialmente patente los domingos, con la solemnidad de la celebración de la Misa pero también con la fiesta manifestada a través de un almuerzo especial y ratos de juegos y distensión familiar.
A partir de 1960, ya crecidos los hijos, Sergio y Domenica pasan los inviernos en Módena en casa de su hija Maria. Desde allí profundizan en su amor maduro, orando juntos y escribiendo largas cartas a sus hijos misioneros: Amalia misionó en Brasil y México, Palmira había sido enviada a Japón; Ágata desarrolló su apostolado en Japón, Filipinas, Formosa y posteriormente en Australia; por su parte, Germano fue enviado a Turquía.
Sergio y Domenica recibieron un regalo especial del Cielo cuando en 1963 pudieron celebrar sus bodas de oro con toda la familia reunida, algo que no había sucedido durante mucho tiempo, ya que varios hijos eran misioneros en tierras lejanas.
Con este acontecimiento todavía alegrando sus corazones, los esposos entraron sin embargo en un periodo de especial dificultad para Sergio, con una arteriosclerosis progresiva que durante 3 años le postraría en el lecho, donde tampoco le faltaron sufrimientos espirituales. Ayudado, apoyado y consolado en la fe por su esposa, Sergio falleció en la madrugada del 12 de octubre de 1966.
Domenica, ya viuda, se traslada a Módena, donde viven sus hijas Paola y Maria. Aunque ambas se habían casado y tenían sus respectivas familias, cuidaron con verdadera entrega a su madre durante el tiempo en que esta se preparaba para el encuentro definitivo con el Padre. Sus escritos, que atestiguan una extraordinaria confianza en Dios, se conservan como testimonio de una vida tan sencilla como entregada. El lunes 22 de febrero de 1971 sufre un ictus cerebral, y cinco días después, rodeada de sus casi todos sus hijos, muere.
La causa de beatificación de los esposos comienza en 2005, y diez años después se reconocen sus virtudes heroicas y se hace oficial su declaración como venerables.
San Juan Pablo II con los hijos de Sergio y Domenica Bedonni en el Vaticano.
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