Abril: beata María de la Encarnación Avrillot
La vida de la beata María de la Encarnación Avrillot es un ejemplo extraordinario de devoción, entrega y servicio tanto en su papel de esposa y madre como en su vida religiosa posterior. Aunque se le conoce por su nombre religioso, la promotora e iniciadora del Carmelo Descalzo en Francia fue durante más de tres décadas una esposa y madre entregada a su familia.
Nacida en París el 1 de febrero de 1566, en el seno de una familia noble. Su padre, Nicolas Avrillot, era señor de Champlatreux y caballero de la reina de Navarra, y su madre, Marie Lhuillier, también descendía de una familia de renombre. Hija única del matrimonio, recibió de el nombre de Barbe (Bárbara) Jeanne. Su educación estuvo a cargo de las Hermanas Menores de la Humildad de Longchamp, entre las que se encontraba su tía Isabelle Lhuillier; con ellas cultivó su caridad hacia los pobres y llegó a nacer en su corazón el anhelo de la vida religiosa.
Sin embargo, persuadida por sus padres, contrajo matrimonio con Pierre Acarie, joven abogado vizconde de Villemor, señor de Montbrost y de Roncenay y miembro de la tesorería real en la corte de París. Pierre, con su complejo temperamento, era sin embargo sumamente caritativo, y resultó de gran ayuda para los católicos ingleses que sufrían la persecución religiosa y el destierro. El matrimonio tuvo seis hijos: tres muchachas y tres varones, a quienes educó con esmero y dedicación. Su hogar se convirtió en un reflejo de su profunda fe y devoción, donde se fomentaba el amor a Dios y al prójimo. Según sus hagiógrafos, cuando Barbe, que se preocupaba especialmente de la formación espiritual de sus hijos, era interrogada acerca de si los preparaba para la vida religiosa, sabiamente respondía: «Los estoy preparando simplemente para que cumplan la voluntad de Dios, pues Él es el único que puede dar la vocación religiosa». Con todo, sus tres hijas entrarían más tarde en la vida religiosa, y uno de sus hijos fue ordenado sacerdote; los otros dos, llegarían a ser esposos y padres de sendas familias católicas. Barbe, además de su misión como esposa y madre, encontraba ocasiones y momentos de practicar una caridad excepcional, con especial atención al bienestar del servicio doméstico con el que contaba la familia; a todos sus criados contagiaba de su gran devoción.
Pero la familia Acarie habría de pasar por serios problemas. Habiendo apoyado económicamente a la Liga Católica, Pierre contrajo deudas importantes; con el ascenso al trono de Enrique IV, fue desterrado por falsas acusaciones de conspiración contra el rey y los acreedores se adueñaron de las propiedades familiares. En poco tiempo, la familia pasó a vivir en un estado de verdadera miseria, dependiendo únicamente de la Providencia. En el difícil proceso que tuvo que enfrentar Pierre, su esposa, que durante el destierro del abogado tuvo que administrar sola el hogar, se mantuvo siempre a su lado, ayudando a preparar su defensa para demostrar su inocencia. Con ello, lograron que les fuesen concedidos nuevos plazos para enfrentar las deudas y Pierre pudo volver a París con su familia. A pesar de la gran disminución del patrimonio familiar, Barbe nunca dejó de ser extraordinariamente caritativa, siendo muy apreciada por todos los que la conocían, tanto en los círculos más altos de la sociedad como entre los menos privilegiados. Además de atender a los pobres, practicaba las obras de misericordia con todo tipo de personas y asistía a los enfermos.
El propio Enrique IV junto con la reina consorte Maria de' Medici (su segunda esposa tras enviudar de Marguerite de Valois) autorizaron y ayudaron a materializar su anhelo de introducir en la capital de Francia la Orden del Carmelo con la reforma teresiana. Y es que Barbe, habiendo conocido la vida de santa Teresa de Jesús, afirmó haber experimentado en varias ocasiones visiones de la santa española invitándole a introducir la orden religiosa en Francia. De hecho, a pesar de ser este un proceso que habría de ser largo y complejo, en apenas 3 años, y tras obtener también la bendición del Papa Clemente VIII, Barbe fundó, contando con san Francisco de Sales y el cardenal Pierre de Bérulle, el primer convento de carmelitas descalzas del país el 23 de noviembre de 1603. Para esta primera fundación acudieron un grupo de monjas españolas, con la beata Ana de San Bartolomé a la cabeza; esta religiosa había sido compañera de santa Teresa de Jesús y llegaría a difundir la reforma teresiana del Carmelo por diversos puntos de Francia y de los Países Bajos. En los cinco años siguientes, cuatro conventos más fueron fundados. Barbe tuvo un papel fundamental en estas fundaciones, llegando a ocuparse de preparar a las jóvenes para la vida religiosa, sin por ello descuidar su vida matrimonial y sus deberes como madre.
Su esposo Pierre falleció el 17 de noviembre de 1613, y pocos meses después, consolada en la fe ante la pérdida de su esposo, ingresó ella misma en el Carmelo de Amiens, tomando el nombre de María de la Encarnación. Tenía 48 años. Los cuatro años que vivió en el monasterio estuvieron marcados por toda la experiencia de santificación que había vivido en el estado matrimonial. Una de sus hijas ingresó asimismo en el convento de Amiens, y, cuando fue nombrada subpriora, su propia madre fue la primera en prometerle obediencia. Tal y como había hecho durante décadas en el hogar familiar, y a pesar de sus dolencias, se entregó a los servicios más humildes del monasterio, especialmente en la cocina. Entregada por completo a Dios, su vida como religiosa estuvo marcada por una profunda unión mística con Dios que se traducía exteriormente en humildad, sacrificio y servicio.
En 1616 se trasladó al convento de Pontoise, donde pasó por serias dificultades de salud. En su lecho de muerte, las religiosas se reunieron alrededor para recibir su bendición. Murió el 18 de abril de 1618, con 52 años de edad y con fama de santidad. Era la mañana de Pascua.
Barbe Avrillot, de casada Acarie y como religiosa, María de la Encarnación, fue beatificada el 5 de junio de 1791, en plena Revolución Francesa. Esta mujer excepcional es, además, patrona de las familias de París.