Marzo: santa Margaret Clitherow
Desde los comienzos del cristianismo, las persecuciones religiosas han dejado un ejército de mártires que, con su ejemplo luminoso y su valiente testimonio, señalan el valor de la Verdad. Una de estas figuras, de entre los muchos católicos silenciados en los conflictos religiosos de la Inglaterra del siglo XVI, fue Margaret Clitherow, esposa y madre de familia.
Nacida en 1556 en una familia acomodada de la ciudad de Yorkshire, fue una de los cinco hijos del comerciante de cera Thomas Middleton. Su padre había adquirido una cierta fama en la ciudad, ya que además de ser terrateniente había desempeñado el cargo de sheriff. Margaret queda huérfana de padre a los 14 años, y su madre contraerá matrimonio nuevamente poco después.
En 1571, Margaret Middleton se casa con el joven John Clitherow, un ganadero y carnicero que gozaba de una buena posición gracias a que que había ostentado cargos públicos que le habían llevado a merecer un título de honor. La joven Margaret, que había sido educada en el protestantismo, se convierte al catolicismo pocos años después de contraer matrimonio. En el contexto social, religioso y político de la época esto suponía un gran desafío debido a la hostilidad hacia los católicos, que se fue concretando en leyes anticatólicas cada vez más duras. Su confesor y biógrafo, el P. John Mush, dice que se entregó a la doctrina de la Iglesia romana
al no encontrar fundamento, verdad, ni consuelo cristiano en los ministros del Nuevo Evangelio, ni en su propia doctrina y, al enterarse de que muchos sacerdotes y laicos sufrían al defender la antigua fe católica.
Su esposo, a quien las crónicas describen como un hombre bondadoso y de buen carácter, no se opuso a esta resolución de Margaret. Antes bien, asumió con ella la misión de refugiar a sacerdotes fugitivos, un hecho de una valentía heroica teniendo en cuenta los peligros a los que se exponía la familia. Si bien continuó profesando la religión del Estado, consintió que los tres hijos del matrimonio fuesen educados en la fe católica. Además, sabemos que John tuvo un hermano que fue sacerdote católico, y que otro pariente suyo (de apellido Clitherow) fue encarcelado en el castillo de York a causa de su fe en el año 1600. Aunque contemplaba con preocupación los constantes ayunos de su esposa, no se negó a habilitar una cámara del hogar familiar como capilla para la celebración de la Eucaristía, y un armario secreto para guardar el ajuar litúrgico. Margaret, al considerarla insegura por la sanción de una ley que castigaba con pena de muerte el ofrecer refugio a sacerdotes, habilitó también una buhardilla que alquiló en una casa vecina. Así lo describe el P. Mush:
Ella había preparado dos cuartos, uno junto a su propia casa, adonde ella pudiera tener acceso en cualquier momento, sin ser vista o notada por sus vecinos. El otro, un poco distante de su casa, mantenido en secreto para todos, excepto para aquellos que ella sabía eran fieles y discretos. Ella preparaba este lugar para tiempos más calamitosos a fin de que Dios pudiera ser servido allí, cuando su propia casa no se considerara tan segura, aunque ella no pudiera acudir a ese lugar diariamente, como lo deseaba. También proporcionaba y se encargaba del cuidado de todo el material que se requería para el servicio del altar, tanto ornamentos como vasos sagrados.
Muy querida entre el servicio de su casa, levantaba simpatía incluso entre vecinos que profesaban una fe distinta. Gran administradora de la casa y amante de su marido, de ella escribió también su biógrafo, con quien procuraba confesarse dos veces por semana:
Al comprar y vender mercancía, tenía mucho cuidado de saber su verdadero precio para satisfacer a su esposo que lo dejaba todo a su confianza y discreción.
Y aunque se empeñaba con tesón en el negocio familiar, nunca sacrificaba su hora y media de oración matutina, que completaba (cuando lograba contactar con un sacerdote) escuchando la Misa.
Margaret, cada vez más querida entre la comunidad católica, ayudaba incansablemente con su determinación y su alegría a los que, sedientes de apoyo espiritual, acudían a ella para buscar la verdad y la cercanía a Dios. Ella, por su parte, empleaba todo su ingenio para proteger a su familia y toda su caridad para entregarse al prójimo, ya que cada vez las leyes se endurecían más hacia los católicos. Su esposo fue multado en varias ocasiones por las continuas faltas de asistencia de su mujer a la iglesia, y ella misma fue enviada a prisión en varias ocasiones. Llegó a pasar dos años en una celda, con las condiciones de miseria e insalubridad propias de la época, lejos de los dos hijos que el matrimonio tenía. De hecho, su tercer hijo, William, nació en prisión. En este difícil espacio, se dedicó a orar y meditar. En numerosas ocasiones fue inducida a renunciar de su fe católica. Nunca dudó en negarse; antes bien, estos hechos reforzaban su disposición a entregarse por Cristo. También llegó a ser recluida en su propia casa.
Margaret envió a Henry, su primogénito, al English College de Reims. Con el pretexto de este hecho, el 10 de marzo de 1586 John Clitherow fue obligado a declarar ante el tribunal de York para explicar por qué motivo habían permitido que su hijo se formase en el extranjero; registraron la casa y lograron encontrar los vasos sagrados y ornamentos litúrgicos para la celebración de la Misa a causa de un niño que, atemorizado por la situación, los delató. Margaret fue detenida, llevada ante los tribunales y enviada a prisión acusada de oír misa y de ayudar a sacerdotes. Ante las acusaciones del juez, ella declaró no haber cometido ningún delito ni merecer ser declarada culpable; al negarse a ser juzgada, protegía también a su familia y amigos, que habrían sido llamados a declarar. Fue defendida incluso por un preso puritano, y nos consta que algún juez habría querido salvarla. Sin embargo, la sentencia del Consejo fue implacable: se le condenó a la prensa, una terrible tortura que provocaba la muerte por aplastamiento. Estaba embarazada de su cuarto hijo, y contaba con poco más de treinta años.
En los días previos a su ejecución, fue instada a renegar del catolicismo, se le prohibió ver a sus hijos y solo tuvo una oportunidad de ver por última vez a su marido. A él le entregó su sombrero, como un símbolo de amor hacia el cabeza de familia, y a su hija de 12 años, le hizo llegar sus zapatos, como un modo de animarla a seguir sus pasos. De hecho, años después la hija de esta mártir ingresaría al monasterio de Santa Úrsula en Lovaina, y sus hijos Henry y William se convertirían en sacerdotes.
Fue ejecutada el 25 de marzo de 1589, un Viernes Santo. Serena y con gran fe, se arrodilló para rezar antes de ser obligada a tumbarse para que colocaran sobre ella la puerta de su propia casa y cientos de kilos de piedras, lo que le produjo la muerte.
Fue canonizada en 1970 por el Papa Pablo VI, en una ceremonia que reconoció el martirio de 40 mártires de Inglaterra y Gales. El Papa santo dijo de ella:
Santa Margaret Clitherow, con una simplicidad conmovedora, expresó sintéticamente el sentido de su vida y de su muerte: «Muero por amor de mi Señor Jesús».