Julio: san Joaquín y santa Ana

Los padres de la Virgen María y abuelos de Jesús ocupan un lugar especial en la historia y en la tradición cristiana. Aunque su nombre y su historia no aparece en los evangelios canónicos, los padres de la Madre de Dios han sido justamente honrados por la Iglesia, y su santidad es recogida en los textos apócrifos y la tradición de la Iglesia.

Como es lógico, Joaquín (cuya etimología viene del hebreo: “aquel a quien Yahveh levantó”) y Ana (que significa “gracia”) habrían vivido en el siglo I a.C. Aunque sabemos poco sobre ellos, el Protoevangelio de Santiago (texto apócrifo datado de mediados del siglo II y centrado en la infancia de la Virgen y el nacimiento de Jesús) ha influenciado mucho en la devoción a los abuelos de Jesús. Siguiendo este texto, Joaquín y Ana eran una pareja justa y piadosa que, apoyados en la oración inquebrantable ante la dolorosa experiencia de la infertilidad, reciben por separado el anuncio de que recibirán una hija.

Tras esto, se encuentran ante la Puerta Dorada de Jerusalén, episodio muy representado a lo largo de la historia del arte. La liturgia, de hecho, celebra el nacimiento de María, sobre el cual la Tradición de la Iglesia ha desarrollado una rica narrativa. El documento citado indica que la Virgen María fue llevada por sus padres al Templo de Jerusalén desde pequeña; allí la habrían educado y consagrado al Señor. También incluyen referencias a estos santos los testimonios antiquísimos del Evangelio de la Natividad de María y el Pseudomateo o Libro de la Natividad de Santa María la Virgen, ambos no incluidos en el canon católico poero de interesantes aportaciones.

La devoción a los padres de la Virgen tardó más en arraigarse en Occidente, y lo hizo gracias a la Leyenda Áurea de Jacobo de la Vorágine, del siglo XIII, y al impulso de los Papas al ritmo de la devoción popular, que en época medieval fue especialmente fuerte en el sur de Francia.

En todo caso, la devoción a los santos Joaquín y Ana se desarrolló de forma gradual en la Iglesia. Bajo el emperador Justiniano, Constantinopla acogió una iglesia dedicada a santa Ana a mediados del siglo VI. Según Alban Butler, su cuerpo fue llevado de Palestina a Constantinopla en el 710, y de allí parte de sus reliquias se dispersarían por todo el territorio occidental de Europa. Es incluso anterior la iglesia que Santa Elena habría hecho edificar en el siglo IV en el lugar que se atribuye a la residencia de los santos en Tierra Santa.

Santa Ana es venerada como patrona de las mujeres estériles, de las madres y de las abuelas, como también su esposo Joaquín. Su festividad conjunta el 26 de julio refuerza la importancia del matrimonio y de la familia, realidad de la que quiso participar el mismo Jesucristo para mostrar su papel clave en el plan de salvación divino para cada persona. A través de la vida matrimonial de Joaquín y Ana, Dios nos otorga un modelo de santidad matrimonial centrada en la fidelidad a la voluntad de Dios y la perseverancia en la oración

Sobre ellos dijo san Juan Pablo II, patrón de nuestro Pontificio Instituto para las Ciencias del Matrimonio y la Familia de Madrid:

En el umbral del Nuevo Testamento, precisamente san Joaquín y santa Ana preparan la venida del Mesías, acogiendo a María como don de Dios y ofreciéndola al mundo como inmaculada «arca de la salvación». A su vez, según el evangelio apócrifo de Santiago, luego son acogidos y venerados por la Sagrada Familia de Nazaret, que se convierte así en modelo de amorosa asistencia con respecto ellos.

Imploro a san Joaquín y a santa Ana y, sobre todo, a su excelsa Hija, la Madre del Salvador, inteligencia de amor para los ancianos, a fin de que en nuestra sociedad «la familia sepa conservar, revelar y comunicar el amor» (cf. Familiaris consortio, 17).

Ángelus del 25 de julio de 1999


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