Febrero: beata Elisabetta Canori Mora
La apasionante vida de la beata Elisabetta Canori Mora es un ejemplo de plena actualidad de la riqueza vocacional dentro de la vida cristiana. Esposa y madre, pero también religiosa y mística, vivió entre los siglos XVIII y XIX, y en 1994 fue proclamada beata por san Juan Pablo II.
Nacida en Roma el 21 de noviembre de 1774 en el seno de una familia cristiana que gozaba de una buena posición social y económica, Elisabetta fue educada por sus padres, Tommaso y Teresa, y por las religiosas agustinas de Cascia, en Perugia, que asistieron al desarrollo de una profunda vida interior en la niña.
Cuando, de regreso a Roma, cumplió 21 años, se prometió con el joven abogado Cristoforo Mora. Tuvieron 4 hijos, de los cuales los dos primeros morirían a los pocos días de nacer; sobrevivirían dos: Mariana y Luciana.
Lo que prometía ser un vínculo feliz y maduro pronto se reveló como un gran sufrimiento para Elisabetta: su matrimonio estuvo marcado por la inmadurez de su esposo, que la traicionó y desatendió a su familia, derrochando el dinero al punto de abandonar en la pobreza a su esposa e hijas.
Durante años y de forma heroica, Elisabetta respondió a las faltas de respeto, abandono y aventuras de Cristoforo con absoluta fidelidad, con una paciencia sobrehumana y con amor, ofreciendo penitencias por su conversión y sosteniendo su hogar con la esperanza de saberse sostenida por Dios.
A pesar de las enormes dificultades que atravesaba su familia, el hogar de Elisabetta fue un refugio espiritual e incluso material para muchas personas necesitadas, y la propia Isabel fue pilar de fe y apoyo para sus contemporáneos. Pensando el hogar como templo que recibía a Cristo a través de las familias más necesitadas, se ofrecía continuamente por la paz y la santidad de la Iglesia, por la salvación de las almas y, por supuesto, por la conversión de su esposo. Su fama de santidad se extendió por Roma y sus alrededores, y muchos acudían a ella en busca por su profundo discernimiento:
“Aquello que asombra a la gente, más allá de su santidad, es la gran seguridad con la que afronta los problemas que le confían: sea evaluar las nuevas tendencias políticas o la gestión de una hacienda agrícola, iluminar a una joven sobre la vía recta o aconsejar a un enfermo, poner paz en una familia o evaluar una propuesta de matrimonio, Elisabetta siempre sabe la respuesta justa.”
Su fuerza en todo momento fue la oración. Ella pagó y sufrió por la conversión de su esposo Cristoforo […]. Elisabetta vivió como Terciaria de la Orden Trinitaria Secular su vocación de esposa y madre, con la conciencia de tener que manifestar en su estado plena fidelidad a Dios, respetando siempre los mandamientos. De este modo, su testimonio constituye un modelo válido para los esposos cristianos.
Elisabetta fallece el 5 de febrero de 1825, asistida por sus hijas y con la esperanza del regreso a la fe de su marido. Aunque no tuvo el consuelo de ver la conversión de Cristoforo, pocos años después él se volvió a Dios e incluso se unió a la Orden Terciaria Trinitaria, a imitación de su difunta esposa, llegando a ser ordenado sacerdote en los franciscanos conventuales.
En 1994, declarado Año Internacional de la Familia, San Juan Pablo II beatificó a Elisabetta Canori Mora, reconociendo su vida como un testimonio de fortaleza, sacrificio y amor cristiano en medio de la adversidad, junto al joven mártir Isidoro Bakanja y a una esposa y madre italiana que hoy veneramos como otra gigante de la fe: Gianna Beretta Molla.
La iglesia romana de San Carlo alle Quattro Fontane acoge los restos mortales de Elisabetta Canori Mora.