“La adolescencia femenina”, por Mar Dorrio
La adolescencia femenina produce más respeto y temor que la masculina. Nuestra pequeña y delicada niña se metamorfosea en un ser lejano y complicado, que en un solo día puede manifestar todos los estados de ánimo imaginables. Pero, si lo miramos con calma, encontraremos que no todo son inconvenientes…, aunque a primera vista pueda parecer lo contrario. Generalmente, la ciclogénesis conocida como adolescencia se asienta antes en la sección femenina que en la masculina, por lo que corremos el riesgo de que nos pueda coger desprevenidos, o de que nos dé pena decir tan pronto adiós a Peter Pan.
Sin embargo, en ese momento hemos de recordar lo siguiente: llega antes, ergo amainará antes. Esa desventaja nos regalará tranquilidad, porque a los 18 años, cuando se van de casa y de nuestro cuidado, lo normal será que ya haya pasado lo peor, que ya sean unas mujercitas más hechas que los chicos y que sepan lo que quieres. Así que se irán preparadas, en su mejor momento. Con esa meta en la cabeza, tendremos la fuerza y la paz para soportar las descargas de la “ciclogénesis”.
Pero hemos de ser conscientes del poco tiempo que tenemos, y debemos sacarle todo el rendimiento que podamos. Nos aplicaremos el carpe diem, y, desde que son pequeñas, trataremos de educarlas en la delicadeza. Una delicadeza que nada tiene que ver con la debilidad o la fragilidad, sino que tiene que ver con el percentil del alma. Esa delicadeza o empatía natural es un talento que las mujeres traen innato, que forma parte de su propia esencia. Pero, para que crezca, debemos cuidarla y estimularla. ¿Cómo? Como casi todos los talentos: utilizándola. Ya habrás escuchado el dicho: “If you don’t use it, you lose it” (si no lo usas, lo pierdes).
Que cada ocasión sea un momento de reflexión sobre cómo podría conseguir que las personas que me acompañan se sientan mejor. Por ejemplo, en casa les invitamos a que, cuando les entreguen un examen calificado con muy buena nota, lo pongan boca abajo para evitar presumir y evitar provocar la envidia de los que tienen alrededor. Esa buena nota, qué duda cabe, reconoce un esfuerzo, pero también es fruto de una serie de condiciones favorables: una casa confortable, una situación económica que permite disponer de un profesor de apoyo, etc. Condiciones favorables que, a lo mejor, otros no tienen. Por eso, reconociéndose privilegiados, evitan presumir o crear, en el corazón de los que les rodean, deseos o anhelos que no pueden satisfacer.